lunes, 19 de noviembre de 2007

Miedos, fóbias y ataques de pánico


Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante,
vívela intensamente, sin mediocridad,
piensa que en ti está el futuro
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

(Walt Whittman “La sociedad de los poetas muertos”)



Algunos más, otros menos; ¿quién no ha sentido miedo alguna que otra vez?
¿Qué diferencias hay entre miedo, fobia y ataques de pánico?
¿Qué tienen en común?

La angustia está presente en los miedos, fobias y ataques de pánico aunque no de la misma manera. En miedos y fobias está algo más atenuada que en el ataque de pánico donde la irrupción es masiva e invade al sujeto dejándolo acorralado.

El miedo en los adultos, muchas veces funciona para alertar o anticipar respecto de posibles situaciones de peligro. En esos casos nada tiene que ver con cobardía, sino más bien con cierto criterio de realidad o sentido común. Por ejemplo, si la persona teme salir a caminar en la madrugada, se trata de un sentimiento racional y acorde a esa circunstancia.

Aunque no todo es tan racional y coherente en la vida psíquica.

Hay quienes en la adultez padecen múltiples miedos: a la oscuridad, a subir a un avión, a los insectos, etc.

En otros, el miedo es a ser abandonados o a que los dejen de amar. Esto tiene que ver con la historia infantil de esa persona, como ha sido vivenciado y elaborado lo acontecido en ese período en relación a los primeros objetos de amor. En el psiquismo quedaron marcas de lo que en otro tiempo fue vivido como situación de abandono, aunque no haya sido abandono en un sentido literal; lo que importa es como fue registrado. Vale como ejemplo el destete que pudo haber quedado ligado a esta cuestión o bien otra circunstancia en la que alguno de los que estaban al cuidado de ese niño no pudo prestar la suficiente atención por tener que ocuparse de otro niño o de un familiar enfermo o del trabajo, etc.

Luego, en la adolescencia y la adultez, estas marcas se activan ante potenciales situaciones en las que se ponga en juego algo del orden de un posible abandono. Por ejemplo: una ausencia o la muerte de algún ser querido, puede ser vivida de esta manera. Esta es una de las fuentes de este miedo.

El miedo a no ser amado en ocasiones tiene que ver con un sentimiento de desvalorización que acompaña al sujeto desde su mas tierna infancia, período en el cual se constituye el narcisismo, que suele estar afectado en más o en menos. Algunos lo tienen tan grande que parece que no van a pasar por la puerta y otros tan empobrecido que se sienten menos que una cucaracha.

Esto es algo inconciente pero funciona más o menos así: no me ama o va a dejar de hacerlo porque no valgo o no merezco su amor.

Es decir que los miedos, como todo aquello que sucede en el plano de lo anímico, tienen su razón de ser, no están por que sí, hablan del sujeto y de sus fantasmas, de la realidad psíquica, que es la única que vale para aquel que padece y que a veces se distancia de la realidad propiamente dicha.

El miedo es inherente al mundo infantil, el niño está absolutamente a expensas del adulto, ya que no se puede valer por sí mismo. La indefensión y el desvalimiento caracterizan a esta etapa. Los miedos de los adultos son una forma de retorno de estos sentimientos de la infancia.

Miedo a estar solos, a estar acompañados, al compromiso, al amor, a la falta de amor, miedo al éxito o al fracaso, miedo a crecer, a asumir responsabilidades. La lista puede tornarse interminable. Muchas veces, miedo al miedo. En fin, miedo a la verdad, miedo a la muerte, como dice Alejandro Lerner en una de sus canciones.


¿Es lo mismo miedo y fobia?

Las fobias tienden a ser monótonas y típicas.

En las más comunes, se trata de un miedo exagerado a las cosas que todo el mundo aborrece o teme un poco: la noche, la soledad, la muerte, las enfermedades, los peligros en general, las serpientes, etc.

En el ámbito psicoanalítico es famoso el caso que escribió Freud en 1909 acerca del pequeño Hans (Juanito), “Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, quien le tenía miedo a los caballos.

A su vez están las fobias que tienen que ver con un sentimiento de miedo ante condiciones especiales que no inspiran temor al hombre sano, por ejemplo la agorafobia, que es el miedo a los espacios abiertos o la claustrofobia, miedo a los espacios cerrados, miedo a subir a un avión, etc. En algunos casos, con evitar la circunstancia que desata el miedo, se acaba el problema. Es decir, la persona no sube a un avión o a un ascensor y esta “todo bien”.

En otros, esta patología va limitando la vida de la persona de tal manera que casi no sale de su casa para evitar la angustia.

Las fobias tienen tratamiento por la vía psicoanalítica y otras psicoterapias. También pueden requerir medicación.

Respecto a los ataques de pánico, ¿quién no escuchó en estos últimos tiempos hablar de ellos? ¿Se trata de un síntoma contemporáneo, algo tiene que ver con la época que atravesamos?

En 1895 Freud describió un cuadro al que denominó “Neurosis de angustia” ya que todos sus componentes se pueden agrupar en derredor del síntoma principal que es la angustia.

El cuadro clínico comprende los siguientes síntomas:

-Irritabilidad general: Indica una acumulación de estímulos. Se manifiesta a través de la hipersensibilidad a los ruidos (hiperestesia auditiva). Bien sabido es el vínculo que hay entre impresiones auditivas y terror. La hiperestesia auditiva se halla como una de las causas del insomnio, que en más de una de sus formas pertenece a la neurosis de angustia.

-La expectativa angustiada: Se trata de una concepción pesimista de la realidad que puede estar referida a la propia salud, a lo familiar o al mundo en general. Es algo así como un estado de angustia crónica.

-Ataque de angustia: Es la forma en que se exterioriza el estado de angustia que en general se encuentra al acecho y puede ser desencadenado por diversas situaciones. Un ataque tal puede consistir en el sentimiento de angustia solo o bien mezclarse con la interpretación más espontánea como por ejemplo la aniquilación de la vida, la amenaza de enloquecer o bien puede conectarse la sensación de angustia con una perturbación de una o varias funciones corporales como por ejemplo la respiración, la función cardiaca (taquicardia); de ahí provienen la vivencia de ahogo y la sensación de estar cerca de la muerte.

El referido ataque puede estar acompañado entonces por perturbaciones de la actividad cardiaca, es decir, palpitaciones, arritmia breve, taquicardia persistente, o bien puede estar acompañado por perturbaciones de la respiración, es decir, disnea nerviosa, ataques semejantes al asma, etc.

Pueden producirse ataques de oleadas de sudor a menudo nocturnos. Ataques con temblores y estremecimientos que es muy fácil confundir con ataques histéricos. Ataques de vértigo locomotor, diarreas, hambre insaciable, vértigo, parestesias, etc.

-El terror nocturno de los adultos que va acompañado generalmente de angustia, es otra posible variedad del ataque de angustia.

Una posición destacada dentro del grupo de síntomas de la neurosis de angustia lo ocupa el vértigo que en sus formas mas leves es mejor designarlo como mareo y en su forma más grave se lo denomina como ataque de vértigo. Consiste en un malestar específico acompañado por las sensaciones de que el piso oscila, las piernas desfallecen, es imposible mantenerse más tiempo en pie, las piernas pesan como plomo, tiemblan o se doblan las rodillas.

Otra característica de la neurosis de angustia es que puede estar acompañada por alguna fobia, por ejemplo la agorafobia.

En ocasiones, la actividad digestiva experimenta algunas perturbaciones, pueden presentarse ganas de vomitar, náuseas, diarreas, etc.

En síntesis, son múltiples los síntomas que acompañan el ataque de angustia.
Así es como describía Freud este cuadro hace más de un siglo, veamos que se dice en la actualidad desde la American Psychiatric Association respecto de los Ataques de pánico.

Las crisis de angustia o ataques de pánico se caracterizan por la aparición súbita de síntomas de aprensión, miedo pavoroso o terror, acompañados habitualmente de una sensación de muerte inminente. Estas crisis pueden repetirse periódicamente ocasionando gran limitación en las actividades cotidianas por temor a padecer un nuevo episodio.

El pánico es una vivencia de miedo intenso o terror que genera una sensación tal de descontrol que la persona percibe como que podría conducirlo a un desmayo, a la locura o a la muerte. Estas vivencias vienen acompañadas por una serie de síntomas.

Para hablar de crisis de pánico deben aparecer al menos cuatro de estos síntomas:

Palpitaciones o taquicardia, sudoración, temblores o sacudidas, sensación de ahogo o disnea o hiperventilación, sensación de atragantamiento, opresión o malestar torácico, náuseas o molestias abdominales o inestabilidad, mareo, aturdimiento o sensación de desmayo, parestesias (hormigueos o entumecimientos) y escalofríos o sofocaciones.

Despersonalización, miedo a enloquecer o descontrolar. Miedo a morir

Dada la prevalencia de los síntomas somáticos sobre los otros, el paciente que no tiene aún un diagnóstico de pánico, supone que se trata de un problema clínico, cardiológico o neurológico y por eso muy probablemente se dirija a algún servicio de emergencias. Y está bien que así lo haga hasta descartar la patología orgánica y poder ser asistido por un psicólogo y/o psiquiatra.

Para hablar de trastorno de pánico deben producirse ataques inesperados, recurrentes y seguidos de inquietud persistente frente a la posibilidad de que aparezcan nuevas crisis, preocupación por las consecuencias de los ataques y cambio de la conducta relacionada con las crisis.

Una vez que una persona sufre un ataque de pánico, por ejemplo, mientras maneja el auto o va de compras por algún lugar donde hay mucha gente o se encuentra dentro de un ascensor, pueden crearse miedos irracionales o fobias relacionados con esas situaciones y comenzará a tratar de evitarlas.

Por lo que habrán podido notar no hay mucha diferencia entre el cuadro descripto por Freud hace mas de un siglo y lo que hoy es considerado Ataque de pánico. Esto evidencia que no se trata de una patología contemporánea, ya que la angustia ha estado siempre presente en la vida de los sujetos. Lo que sucede en la actualidad es que el bombardeo de estímulos es incesante y la persona debe soportar exigencias y presiones tanto en lo social, como en lo laboral y en ocasiones en la vida privada. La mayoría se sienten agobiados y esto viabiliza las condiciones para que el ataque de pánico se produzca. Aunque no basta con lo ambiental, si bien puede oficiar como detonante o bien predisponer el ataque, las causas tienen que ver con la propia historia y lo que de ella está aun por elaborar y resolver.

Entonces, si bien en mayor o menor medida, todos los seres humanos enfrentamos temores, ansiedad y angustia en lo cotidiano, estos son sentimientos que acompañan nuestro andar.

La angustia siempre es reveladora de algo, por eso es bueno no taparla. Ante su aparición no sabemos lo que está develando, solo sentimos ese malestar que oprime y por lo general asusta. Hay que saberla escuchar, para eso estamos los profesionales.

La angustia revela que hay falta. Pone en evidencia que por más poder, dinero u objetos que alguien tenga, no todo se tiene, no todo se compra, ni todo es posible; aunque es esto mismo lo que se trata de eludir por distintas vías, una de las privilegiadas es la del consumo. Esta misma falta es la que posibilita el deseo y mientras haya deseo habrá lazo con la vida.

Los desencadenantes de las crisis de pánico pueden ser múltiples aunque singulares para cada quién ya que tienen relación con la historia personal. A esto se suman la sobreexigencia de los tiempos que corren más la propia, como así también el estrés, y demás conflictos por los que atravesamos.

La incertidumbre es una de las tantas fuentes de angustia, aunque también es parte de la vida. En el terreno de lo humano no nos manejamos con certezas ni garantías; en el mejor de los casos, solo con algunas convicciones, lo cual no es poco. Se hace camino al andar, decía el poeta. Como no angustiarse de vez en cuando.

El problema es cuando el miedo se convierte en terror, se torna abrumador, la angustia es paralizante, no permite dormir, comer, salir de casa o llevar adelante las actividades cotidianas. Ese es el momento de hacer una consulta profesional.

El psicoanálisis brinda herramientas para enfrentar estos padecimientos. Cuando es necesario se recurre a los psicofármacos ya que atenúan el sufrimiento. La posibilidad de resolver las causas está en el tratamiento por la vía de la palabra, la medicación ayuda a hacer más llevadera la labor. Con los fármacos y la terapia se puede hacer un muy buen trabajo en función de aliviar el sufrimiento y resolver los determinantes de estas dolencias. El pronóstico será favorable siempre que la persona se ponga en manos de un profesional.

(*) Margarita Fernandez
Psicoanalista
E mail: marguifer@hotmail.com